NUNCA PIERDE
Título provisional, texto escrito por Teresa Muñoz
Te apuesto que no eres capaz de saltar al otro lado del canal. Apuesto que sí.
Bastó esa pequeña provocación para que María Elena corriera a toda velocidad, tomándose de las ramas del sauce, se lanzó hacia la otra orilla. No está claro si por el peso excesivo para una niña de 9 años o por que el impulso fue poco, el asunto es que se produce el efecto péndulo y los pies no dan con tierra firme ni a un lado ni al otro. Pasaron unos minutos lentos antes que cayera al canal, Peta corría por la orilla llamando a Elena, sin embargo la zarzamora le impedía ver si flotaba, si el cauce la arrastraba o si había desaparecido completamente. Tres cuadras más abajo estaba la exclusa, allí se aferró a las ramas espinadas tan fuerte como le era posible, Peta le estiró un palo seco, de modo que pudo salir respirando bien, pero demasiado rasguñada y sucia como para volver a casa en esas condiciones.
Se sentaron bajo un árbol. La mamá se va a dar cuenta si no llegamos con el pan, tú deberías lavar el vestido y esperar a que seque mientras voy a comprar. Elena tuvo tiempo de pensar la forma de pasar desapercibida durante toda la tarde. A pesar de lo mojada que permanecía usó todas sus mañas en ocultárselo a mamá. Ochenta años después, ella cuenta esta anécdota con el mismo temor de antaño, como si la presencia omnisciente de esa madre respetada y temida aún le tuviera el alma colgando de un hilo, la niña asustada se ríe pícara y recuerda cada detalle de lo acontecido.
Abuelita, te apuesto que no puedes tomar agüita de ajenjo con natre y toronjil cuyano. Apuesto que sí.
Bastó esa pequeña provocación para que María Elena corriera a toda velocidad, tomándose de las ramas del sauce, se lanzó hacia la otra orilla. No está claro si por el peso excesivo para una niña de 9 años o por que el impulso fue poco, el asunto es que se produce el efecto péndulo y los pies no dan con tierra firme ni a un lado ni al otro. Pasaron unos minutos lentos antes que cayera al canal, Peta corría por la orilla llamando a Elena, sin embargo la zarzamora le impedía ver si flotaba, si el cauce la arrastraba o si había desaparecido completamente. Tres cuadras más abajo estaba la exclusa, allí se aferró a las ramas espinadas tan fuerte como le era posible, Peta le estiró un palo seco, de modo que pudo salir respirando bien, pero demasiado rasguñada y sucia como para volver a casa en esas condiciones.
Se sentaron bajo un árbol. La mamá se va a dar cuenta si no llegamos con el pan, tú deberías lavar el vestido y esperar a que seque mientras voy a comprar. Elena tuvo tiempo de pensar la forma de pasar desapercibida durante toda la tarde. A pesar de lo mojada que permanecía usó todas sus mañas en ocultárselo a mamá. Ochenta años después, ella cuenta esta anécdota con el mismo temor de antaño, como si la presencia omnisciente de esa madre respetada y temida aún le tuviera el alma colgando de un hilo, la niña asustada se ríe pícara y recuerda cada detalle de lo acontecido.
Abuelita, te apuesto que no puedes tomar agüita de ajenjo con natre y toronjil cuyano. Apuesto que sí.
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