CRIPTOGRAMA



¿Quién es Saki? se preguntaba Verónica, mientras un escalofrío le recorría el pellejo. Soltó la nota amarilla que encontró en la entrada de su casa, y ésta cayó al suelo dando vaivenes. Atravesar esa pieza era intentar cruzar una pared, la misma que impedia caer a la lluvia. Las nubes como ojibas nucleares, se volvían tenebrosamente negras.

Verónica dio unos pasos lentos desde la puerta y sus pies enlodados dejaron huellas tenues en la alfombra descolorida. La nota en el suelo fue tomada por el viento y arrastrada. En ella se podía leer "Se conoce a un hombre por las compañías que frecuenta - Saki".

La salida al balcón estaba abierta y desde veinte pisos más abajo llegaba como el sonido de las olas el ruido de autos, motores caldeados y choferes ciegos. Titulares rojos de diarios amarillistas anunciaban la última declaración de un senador desaforado: "Sólo pido perdón".
Agitadas por el viento, las persianas producían un sonido raro, mientras Verónica camina a la terraza. El suelo estaba cubierto de papeles escritos con tinta púrpura: se conoce al hombre por las compañías... Los pájaros negros incitados por las notas amarillas que se llevaba el viento, salían de sus nidos en cornizas y canaletas para volar tras ellas. Un viento caliente llevaba la electricidad. Ese cosquilleo, el canto de un queltehue extraviado y sólo entonces la lluvia empezaba a caer, suave en un principio, para luego empaparse de rabia y golpearlo todo. Verónica sigue en el balcón capturada por este paisaje, las hojas, los pájaros que ya se fueron, la ventana abierta, el viento.
Siente por un momento que es feliz, respira profundo, camina hasta la baranda. Entonces, la sensación de error. No, esto no es normal. La sospecha, el presentimiento, Verónica se da cuenta. Le brotó desde el ombligo. Sólo se quedó quieta bajo el agua, que se deslizaba como un bálsamo.

Atrás, en una esquina, acecha el peor de sus temores, sumergido en la oscuridad. Mano empuñada, navaja filosa, la piel tatuada con suturas, el alma dañada y sangrando. Después de buscarlo tanto tiempo, por fin se presenta en mi casa, piensa. Es demasiado feo para mirarlo y encararlo. No puede hacer nada, o por lo menos es lo que piensa el que acecha en la oscuridad. Verónica no logra decidir si saltar hacia ese océano distante o entregarse al metal.

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