Héroes, Superhéroes y Antihéroes | Por Francisco Enríquez Muñoz
A mi padre, quien tenía el superpoder de dominar la luz con un chasquido
Héroe (nos dice cualquier diccionario respetable) es aquel nacido de un dios y de un humano. Los hijos de los dioses, producto generalmente de deslices o venganzas, padecían el castigo de no pertenecer a ninguno de los dos mundos. Para lograr el respeto o el amor de los simples mortales o de los dioses embebidos en su propia divinidad, debían luchar, apostar su vida.
Los héroes nos descubrieron la belleza que había en humanizar a los dioses y endiosar a los hombres. Pero, sobre todo, nos descubrieron un proceso inherente a nuestra existencia, que es casi una condición humana: los héroes eran capaces de cualquier cosa por obtener reconocimiento, admiración o amor.
Los héroes nos descubrieron la belleza que había en humanizar a los dioses y endiosar a los hombres. Pero, sobre todo, nos descubrieron un proceso inherente a nuestra existencia, que es casi una condición humana: los héroes eran capaces de cualquier cosa por obtener reconocimiento, admiración o amor.
La verdad es que no todos los héroes tienen un componente sobrenatural. A veces son sólo hombres fuertes y valientes. Desde su humanidad enfrentan y desafían los designios de los dioses en un acto de rebeldía que, en griego, recibe el nombre de hibris, desmesura en la conducta causada por excesivo orgullo y confianza en uno mismo. Esa osadía recibe como respuesta la némesis, el castigo divino que regresa al individuo a los límites que intentó superar, ejemplificado en muchas figuras de la mitología griega y en algunas de la judeocristiana, como Adán y Eva o los constructores de la Torre de Babel. Por interesantes o atractivos que sean los héroes de origen divino o semidivino, los de génesis humana (protagonistas principales del ciclo homérico) son los de mayor importancia, al grado que en Grecia se instituyó un culto especial para ellos. De acuerdo con esas creencias, al morir se convertían en intermediarios entre dioses y hombres. A diferencia de los fallecidos comunes (transformados en sombras insustanciales), conservaban sus cualidades y eran capaces de interceder a favor del género humano. Por el valor y carácter de sus acciones alcanzaban un rango semidivino que inspiró, sin duda, la construcción del santoral católico. Estos héroes plenamente humanos representaban uno de los cambios de enfoque más interesantes del mundo occidental: dejar de pensar en los dioses inmortales y exaltar a los hombres (o superhombres) que, a pesar de enfrentar el dolor y el permanente riesgo de estirar la pata, viven el instante con valor y entrega absolutos. Aunque saben que en su afán pueden desencadenar la ira y el castigo de los dioses, son capaces de crear, con su propio esfuerzo, un momento de gloria grabado para siempre en la memoria del porvenir.
Los héroes y en particular los superhéroes (conjunción de atributos de varios héroes) remontan las trivialidades de la existencia común. Casi no necesitan comer, respiran sólo de vez en cuando, no sudan ni hacen grandes esfuerzos para consumar sus hazañas, no van al baño. Los héroes no pierden tiempo con compromisos que los priven de efectuar sus grandes acciones, y si bien son casi asexuados, como Sherlock Holmes, o de gran expresividad libidinosa, como Hércules, no pueden perder horas enteras atendiendo a sus problemas maritales o ejerciendo la paternidad responsable. ¿Es posible imaginar a James Bond casado? ¿Podría John McClane andar llevando a su hija al cine? ¿Tendría tiempo Indiana Jones para sacar a pasear al perro?
Los héroes de todos los tiempos poseen un don especial: el carisma. En lenguaje sociológico, carisma es una cualidad extraordinaria de origen mágico en una personalidad de tal manera virtuosa que se le atribuyen fuerzas sobrehumanas, sobrenaturales o como enviadas de la divinidad. Sobre la validez del carisma de los grandes profetas, redentores o héroes no decide el intelectual que aprueba o desaprueba el reconocimiento espontáneo de las masas dominadas o de los seguidores.
Los superhéroes de los cómics, según algunos estudiosos, son los herederos de las novelas de caballerías y de otros relatos de aventuras. Pero, desde luego, están permeados de un espíritu moderno, industrial, capitalista. En los cómics el tiempo transcurre velozmente, todo descansa en la acción, en el ritmo, aun cuando sean débilmente discursivos y retóricos. Los superhéroes tienen que atacar, defenderse, correr, saltar, esconderse, emboscar, raptar, golpear y volar. De ahí que un actor como Douglas Fairbanks, gran figura del cine mudo, y sus herederos, como Errol Flynn o Burt Lancaster en sus primeras épocas, parecían superhéroes.
Clasificados usualmente como personas preparadas para efectuar hazañas, los también llamados metahumanos (término empleado en DC Comics para referirse a un superhumano; en Marvel se emplea como sinónimo de mutantes y mutados) han sido abordados por filósofos como Aristóteles o Friedrich Nietzsche, quienes los describían como seres llenos de de virtud capaces de trascender al hombre común e impartir justicia. Sin embargo, el concepto moderno del superhéroe nació muchos años después, en 1938, con la llegada a la Tierra del hijo de Kriptón: Superman.
Creado por Jerry Siegel y Joe Shuster, dos adolescentes fanáticos de la ciencia ficción y las revistas pulp, el hombre de acero recupera a Hércules, a Sansón, pero también está en Saturno y sobre todo es una reaparición actualizada de Zeus que vuelve a llevar a cabo la alianza de sus hermanos contra los titanes. En el origen del héroe mitológico hay una separación, una falla. Como Moisés, Superman también fue lanzado lejos de sus padres dentro de una cuna-nave que lo pusiera a salvo. Kriptón, su planeta de origen, estaba construido por una estructura física más avanzada que la nuestra, pero fue destruido a causa de su vejez. El pequeño Superman aterrizó en la Tierra y fue recibido en un orfanatorio y luego fue adoptado por los Kent, una pareja de ancianos de Villachica. Separado de su origen, llegó a su mundo adoptivo armado de poderes extraordinarios que, como por azar, resultan idénticos a los logrados o imaginados por el progreso científico. Es el primer dios que se disfraza de humano.
El modelo de Superman inspiró la creación de un sinfín de variantes de seres disfrazados con habilidades más apropiadas para el elenco de antiguas leyendas paganas. Coincidentemente, Superman y su estirpe aparecen al mismo tiempo que el übermensch alemán. La diferencia fue que mientras la cultura germánica utilizó el arquetipo del superhombre con fines propagandísticos, los estadounidenses lo utilizaron como fantasía imaginativa con tintes de propaganda.
Y es que uno de los mitos ideológicos clave dentro de la figura del superhéroe clásico residía en la defensa de los valores “positivos” por medio de acciones “heroicas” todas las veces que esto fuese necesario en contra de infinitas amenazas determinadas a reconfigurar el mundo. Así, la normalidad estaba bajo constante ataque, lo que significa que Superman y sus amigos de la casa editorial DC peleaban en beneficio del status quo. Pero el superhéroe que revolucionó el cómic al tiempo que ayudó a levantar a la alicaída empresa Timely (después Marvel) fue Spider-Man (el Hombre Araña). Él, el hijo más importante de Stan Lee y Steve Ditko, es un retrato heroico de las juventudes sesenteras estadounidenses víctimas del belicismo y la degradación del sistema. Los muchachos vivían las secuelas de la guerra de Vietnam, de un mundo divido al que querían unir con melodías pegajosas o con utopías maravillosas; eran víctimas de un solipsismo que los hizo presa fácil de sustancias evasivas como las drogas y el alcohol. Sí, a esos chicos les urgían alternativas que justificaran su existencia en el presente. Los alucinógenos tenían un papel subversivo entre las mocedades contestatarias: alucinar era mejor que agredir o doblegarse ante el establishment; era mejor conocer los universos posibles que hay dentro de uno mismo que aceptar la asquerosa realidad que les legaban los adultos. En este sentido debe entenderse la transformación del inofensivo Peter Parker en el sorprendente Hombre Araña. Era la respuesta del cómic al contexto social. Porque muy diferente era para Peter soportar a su empalagosa Tía May y agradar a su amor platónico Betty Brandt que enfrentarse como Spider-Man a malévolos y extravagantes enemigos como Rhino, el Escorpión, Craven El Cazador, Misterio, el Duende Verde o el Doctor Pulpo, encarnaciones ficciosas del sistema.
Peter era siempre el mejor amigo de las mujeres, hasta que, tras muchos descalabros, muchas lágrimas y muchas noches de insomnio, finalmente, logró convertirse en el novio de la ñoña Gwen Stacy, la primera rival de la desmadrosa Mary Jane. Pero una noche Gwen perdió la vida en el Puente de Brooklyn, en medio de los golpes que intercambiaban el Hombre Araña y el Duende Verde. Y Mary Jane, por su parte, escuchó en la calle las noticias sobre la muerte de Gwen. Desconsolada, esperó a Peter en el interior del departamento de él, imaginando el espantoso sonido del cuello de Gwen al romperse. Al amanecer, escuchó la llave de él en la puerta, vio cómo la empujaba y la abría. Y se maldijo por no haber pensado anticipadamente qué decirle. “Hola, Peter, escuché lo de Gwen. Estoy realmente devastada…” La furia de Peter no fue inesperada, su crueldad sí. “¿Tú “devastada”? No me hagas reír, Mary Jane. No te importaría ni que tu mamá se muriera —sus palabras eran como puños que la aventaban hacia la puerta—. Además sé cuánto detestabas a Gwen.” Y el primer impulso de Mary Jane fue irse, huir del horror y del dolor que empezaba a envolver la vida de ese joven...
Las desventuras amorosas de Peter se daban en un mundo deshumanizado y perverso cuyo contrapunto era la pachanga de los juniors alejados del rigor del estudio y del compromiso de combate a las fuerzas del mal. Spider-Man, por tanto, vivía siempre metido en líos con la justicia. Para la policía no se trataba de un héroe, sino de un estorbo (que evidenciaba, sin embargo, la incapacidad de la institución) y de una amenaza delictiva, ya que varios de los problemas de Nueva York le eran achacados muchas veces por J.J. Jameson y su periódico El Clarín al que Peter, por mera necesidad económica, se adscribió como reportero gráfico.
Las innovaciones del Hombre Araña no se restringían a un muchacho jodido con problemas reales que cometía errores (a veces fatales), reflejando la crisis de enfrentarse a exigencias de adulto con recursos juveniles (la frase “un gran poder conlleva una gran responsabilidad” se convertiría en bandera de toda una generación), sino que su vestuario se alejaba mucho del clásico look de ropa interior por fuera.
Los setenta engendrarían a un nuevo tipo de superhéroe (aunque sería más apropiado el término de antihéroe), reminiscente de la figura vengadora de las revistas pulp de los treinta que surgiría como una reacción a la percibida inseguridad en las grandes áreas urbanas. Estos personajes, ejemplificados por The Punisher, no tenían empacho para eliminar permanentemente a los criminales. El antihéroe asesinaba más como un acto de venganza que por un método para proteger, explotando el ángulo del deseo cumplido para satisfacer los temores crecientes de las personas comunes. Con los elementos mencionados, Batman no difiere mucho de los antihéroes, aunque se distancia de éstos al apropiarse de los vicios del superhéroe clásico, principalmente un impráctico disfraz más propio de un cirquero.
Batman (creado por Bob Kane y publicado por vez primera en Detective Comics # 27, 1939) es un tipo duro, tenebroso, como la ciudad en la que vive (Ciudad Gótica, es decir, Nueva York); es multimillonario, guapo, inteligente, combate al crimen y a los negocios sucios. Pero anda en pos de una venganza. Por eso se viste de negro, actúa de noche y se hace llamar murciélago, un animal identificado con las sombras. Batman es un hombre trágico y solitario que no conoce la dicha.
Siendo niño, Bruce Wayne (Bruno Díaz) fue el único espectador del terrible asesinato de sus padres, Thomas y Martha Wayne, a manos de Joe Chill, contratado por Lew Moxon, un mafioso que quería vengarse del abogado Thomas por haberlo mandado a la cárcel. Desde entonces, el niño viviría solo en la inmensidad de su lúgubre mansión, apoyado únicamente por su mayordomo Alfred. Muchos años después, ni la presencia del jocoso Robin ni de un par de curvilíneas y disponibles hembras humanas liberaría a nuestro traumado héroe de la soledad. (Ojo: Batman es heterosexual y se enamoró algunas veces de Batichica y otras, la mayoría, de Gatúbela, pero siempre prefirió, ¡oh destino de los elegidos!, su lucha contra el mal que los placeres mundanos.) Así, Bruce Wayne creció, se convirtió en un científico y montó un laboratorio para llevar a cabo sus investigaciones con máquinas sofisticadas en el sótano de su mansión, un sótano habitado por murciélagos donde podía pasarse semanas enteras. Una noche decidió convertirse en vengador. Como desconocía el nombre y el rostro del verdadero asesino de sus padres, resolvió enfrentarse a todos los malhechores de un jalón, para lo cual diseñó un batitraje con batiaccesorios y un auto poderoso (el Batimóvil). Luego, varias noches después, cuando se encontraba paseando con su incómodo batitraje por las góticas azoteas de Ciudad Gótica, descubrió a un gañán que trataba de violar a una joven y se estrenó como vengador. Tras un golpiza memorable, le perdonó la vida al sujeto para que hiciera correr la voz entre los suyos que había nacido el caballero nocturno: Batman.
Pero además de una génesis diferente y de una violencia más gráfica, la gran aportación del hombre murciélago fueron sus enemigos: psicópatas. La lista era encabezada por el Pingüino, Dos Caras y el aterrador Joker (el Guasón), quienes no tenían el objetivo de conquistar al mundo, sino de matar a tu vecino, a tu amigo o a tu mamá sólo porque una voz dentro de sus cabezas les ordenaban que debían hacerlo. Estos villanos son, de alguna forma, los padres de los más famosos asesinos de las cintas de terror.
A diferencia de décadas pasadas, los noventa no procrearían a más disfrazados virtuosos, sino a demonios vomitados del averno, que no hacían más que verter en papel la desesperanza de la apodada generación X. El primero de ellos fue creación de Todd McFarlane, antiguo dibujante de Spider-Man y cocreador de Venom, y respondía al nombre de Spawn. La popularidad de este personaje, publicado por Image Comics (un militar afroamericano muerto que, tras realizar un trato con Malebolgia para ver una vez más a su esposa, se convierte en un demonio), sorprendió, pues fue el primer superhéroe no perteneciente a DC ni a Marvel en alcanzar ventas significativas. El siguiente angelito llegaría de la pluma de Mike Mignola. Presentado en la Comic-Con de 1993 por Dark Horse, Hellboy aterrizó en nuestro plano existencial después de ser invocado por ocultistas nazis, quienes deseaban traer el infierno a la Tierra durante la Segunda Guerra Mundial. Pero para mala suerte de los alemanes, los aliados lo encontraron primero, educando al demonio como investigador paranormal.
Todos (hombres y mujeres) tenemos sueños imposibles, por llamarles de algún modo, o sueños recurrentes: todos queremos volar o tener mucha fuerza; otros quieren transportarse en el tiempo o bien ser invisibles. El que quiere volar pretende la libertad, el que anhela la fuerza quiere poder, el que espera controlar el tiempo quiere ser como un dios y el que desea la invisibilidad busca en realidad la verdad, según los psicoanalistas. En 1942, un hombre llamado Charles Moulton creó a una maravillosa mujer. Lo que hizo fue vestir a la protagonista de su sueño más húmedo con la bandera de Estados Unidos y bautizarla como Wonder Woman (la Mujer Maravilla). Ésta tenía entre sus aditamentos maravillosos nada menos que El Lazo de la Verdad, una soga mediante la cual la heroína, a la hora de atrapar malosos masculinos, los obligaba a confesar la verdad. Por eso ella era tan temida. Iba demasiado lejos: descubrir la verdad de un hombre es desenmascararlo, desnudarlo, dejarlo a la intemperie.
Los héroes y en particular los superhéroes (conjunción de atributos de varios héroes) remontan las trivialidades de la existencia común. Casi no necesitan comer, respiran sólo de vez en cuando, no sudan ni hacen grandes esfuerzos para consumar sus hazañas, no van al baño. Los héroes no pierden tiempo con compromisos que los priven de efectuar sus grandes acciones, y si bien son casi asexuados, como Sherlock Holmes, o de gran expresividad libidinosa, como Hércules, no pueden perder horas enteras atendiendo a sus problemas maritales o ejerciendo la paternidad responsable. ¿Es posible imaginar a James Bond casado? ¿Podría John McClane andar llevando a su hija al cine? ¿Tendría tiempo Indiana Jones para sacar a pasear al perro?
Los héroes de todos los tiempos poseen un don especial: el carisma. En lenguaje sociológico, carisma es una cualidad extraordinaria de origen mágico en una personalidad de tal manera virtuosa que se le atribuyen fuerzas sobrehumanas, sobrenaturales o como enviadas de la divinidad. Sobre la validez del carisma de los grandes profetas, redentores o héroes no decide el intelectual que aprueba o desaprueba el reconocimiento espontáneo de las masas dominadas o de los seguidores.
Los superhéroes de los cómics, según algunos estudiosos, son los herederos de las novelas de caballerías y de otros relatos de aventuras. Pero, desde luego, están permeados de un espíritu moderno, industrial, capitalista. En los cómics el tiempo transcurre velozmente, todo descansa en la acción, en el ritmo, aun cuando sean débilmente discursivos y retóricos. Los superhéroes tienen que atacar, defenderse, correr, saltar, esconderse, emboscar, raptar, golpear y volar. De ahí que un actor como Douglas Fairbanks, gran figura del cine mudo, y sus herederos, como Errol Flynn o Burt Lancaster en sus primeras épocas, parecían superhéroes.
Clasificados usualmente como personas preparadas para efectuar hazañas, los también llamados metahumanos (término empleado en DC Comics para referirse a un superhumano; en Marvel se emplea como sinónimo de mutantes y mutados) han sido abordados por filósofos como Aristóteles o Friedrich Nietzsche, quienes los describían como seres llenos de de virtud capaces de trascender al hombre común e impartir justicia. Sin embargo, el concepto moderno del superhéroe nació muchos años después, en 1938, con la llegada a la Tierra del hijo de Kriptón: Superman.
Creado por Jerry Siegel y Joe Shuster, dos adolescentes fanáticos de la ciencia ficción y las revistas pulp, el hombre de acero recupera a Hércules, a Sansón, pero también está en Saturno y sobre todo es una reaparición actualizada de Zeus que vuelve a llevar a cabo la alianza de sus hermanos contra los titanes. En el origen del héroe mitológico hay una separación, una falla. Como Moisés, Superman también fue lanzado lejos de sus padres dentro de una cuna-nave que lo pusiera a salvo. Kriptón, su planeta de origen, estaba construido por una estructura física más avanzada que la nuestra, pero fue destruido a causa de su vejez. El pequeño Superman aterrizó en la Tierra y fue recibido en un orfanatorio y luego fue adoptado por los Kent, una pareja de ancianos de Villachica. Separado de su origen, llegó a su mundo adoptivo armado de poderes extraordinarios que, como por azar, resultan idénticos a los logrados o imaginados por el progreso científico. Es el primer dios que se disfraza de humano.
El modelo de Superman inspiró la creación de un sinfín de variantes de seres disfrazados con habilidades más apropiadas para el elenco de antiguas leyendas paganas. Coincidentemente, Superman y su estirpe aparecen al mismo tiempo que el übermensch alemán. La diferencia fue que mientras la cultura germánica utilizó el arquetipo del superhombre con fines propagandísticos, los estadounidenses lo utilizaron como fantasía imaginativa con tintes de propaganda.
Y es que uno de los mitos ideológicos clave dentro de la figura del superhéroe clásico residía en la defensa de los valores “positivos” por medio de acciones “heroicas” todas las veces que esto fuese necesario en contra de infinitas amenazas determinadas a reconfigurar el mundo. Así, la normalidad estaba bajo constante ataque, lo que significa que Superman y sus amigos de la casa editorial DC peleaban en beneficio del status quo. Pero el superhéroe que revolucionó el cómic al tiempo que ayudó a levantar a la alicaída empresa Timely (después Marvel) fue Spider-Man (el Hombre Araña). Él, el hijo más importante de Stan Lee y Steve Ditko, es un retrato heroico de las juventudes sesenteras estadounidenses víctimas del belicismo y la degradación del sistema. Los muchachos vivían las secuelas de la guerra de Vietnam, de un mundo divido al que querían unir con melodías pegajosas o con utopías maravillosas; eran víctimas de un solipsismo que los hizo presa fácil de sustancias evasivas como las drogas y el alcohol. Sí, a esos chicos les urgían alternativas que justificaran su existencia en el presente. Los alucinógenos tenían un papel subversivo entre las mocedades contestatarias: alucinar era mejor que agredir o doblegarse ante el establishment; era mejor conocer los universos posibles que hay dentro de uno mismo que aceptar la asquerosa realidad que les legaban los adultos. En este sentido debe entenderse la transformación del inofensivo Peter Parker en el sorprendente Hombre Araña. Era la respuesta del cómic al contexto social. Porque muy diferente era para Peter soportar a su empalagosa Tía May y agradar a su amor platónico Betty Brandt que enfrentarse como Spider-Man a malévolos y extravagantes enemigos como Rhino, el Escorpión, Craven El Cazador, Misterio, el Duende Verde o el Doctor Pulpo, encarnaciones ficciosas del sistema.
Peter era siempre el mejor amigo de las mujeres, hasta que, tras muchos descalabros, muchas lágrimas y muchas noches de insomnio, finalmente, logró convertirse en el novio de la ñoña Gwen Stacy, la primera rival de la desmadrosa Mary Jane. Pero una noche Gwen perdió la vida en el Puente de Brooklyn, en medio de los golpes que intercambiaban el Hombre Araña y el Duende Verde. Y Mary Jane, por su parte, escuchó en la calle las noticias sobre la muerte de Gwen. Desconsolada, esperó a Peter en el interior del departamento de él, imaginando el espantoso sonido del cuello de Gwen al romperse. Al amanecer, escuchó la llave de él en la puerta, vio cómo la empujaba y la abría. Y se maldijo por no haber pensado anticipadamente qué decirle. “Hola, Peter, escuché lo de Gwen. Estoy realmente devastada…” La furia de Peter no fue inesperada, su crueldad sí. “¿Tú “devastada”? No me hagas reír, Mary Jane. No te importaría ni que tu mamá se muriera —sus palabras eran como puños que la aventaban hacia la puerta—. Además sé cuánto detestabas a Gwen.” Y el primer impulso de Mary Jane fue irse, huir del horror y del dolor que empezaba a envolver la vida de ese joven...
Las desventuras amorosas de Peter se daban en un mundo deshumanizado y perverso cuyo contrapunto era la pachanga de los juniors alejados del rigor del estudio y del compromiso de combate a las fuerzas del mal. Spider-Man, por tanto, vivía siempre metido en líos con la justicia. Para la policía no se trataba de un héroe, sino de un estorbo (que evidenciaba, sin embargo, la incapacidad de la institución) y de una amenaza delictiva, ya que varios de los problemas de Nueva York le eran achacados muchas veces por J.J. Jameson y su periódico El Clarín al que Peter, por mera necesidad económica, se adscribió como reportero gráfico.
Las innovaciones del Hombre Araña no se restringían a un muchacho jodido con problemas reales que cometía errores (a veces fatales), reflejando la crisis de enfrentarse a exigencias de adulto con recursos juveniles (la frase “un gran poder conlleva una gran responsabilidad” se convertiría en bandera de toda una generación), sino que su vestuario se alejaba mucho del clásico look de ropa interior por fuera.
Los setenta engendrarían a un nuevo tipo de superhéroe (aunque sería más apropiado el término de antihéroe), reminiscente de la figura vengadora de las revistas pulp de los treinta que surgiría como una reacción a la percibida inseguridad en las grandes áreas urbanas. Estos personajes, ejemplificados por The Punisher, no tenían empacho para eliminar permanentemente a los criminales. El antihéroe asesinaba más como un acto de venganza que por un método para proteger, explotando el ángulo del deseo cumplido para satisfacer los temores crecientes de las personas comunes. Con los elementos mencionados, Batman no difiere mucho de los antihéroes, aunque se distancia de éstos al apropiarse de los vicios del superhéroe clásico, principalmente un impráctico disfraz más propio de un cirquero.
Batman (creado por Bob Kane y publicado por vez primera en Detective Comics # 27, 1939) es un tipo duro, tenebroso, como la ciudad en la que vive (Ciudad Gótica, es decir, Nueva York); es multimillonario, guapo, inteligente, combate al crimen y a los negocios sucios. Pero anda en pos de una venganza. Por eso se viste de negro, actúa de noche y se hace llamar murciélago, un animal identificado con las sombras. Batman es un hombre trágico y solitario que no conoce la dicha.
Siendo niño, Bruce Wayne (Bruno Díaz) fue el único espectador del terrible asesinato de sus padres, Thomas y Martha Wayne, a manos de Joe Chill, contratado por Lew Moxon, un mafioso que quería vengarse del abogado Thomas por haberlo mandado a la cárcel. Desde entonces, el niño viviría solo en la inmensidad de su lúgubre mansión, apoyado únicamente por su mayordomo Alfred. Muchos años después, ni la presencia del jocoso Robin ni de un par de curvilíneas y disponibles hembras humanas liberaría a nuestro traumado héroe de la soledad. (Ojo: Batman es heterosexual y se enamoró algunas veces de Batichica y otras, la mayoría, de Gatúbela, pero siempre prefirió, ¡oh destino de los elegidos!, su lucha contra el mal que los placeres mundanos.) Así, Bruce Wayne creció, se convirtió en un científico y montó un laboratorio para llevar a cabo sus investigaciones con máquinas sofisticadas en el sótano de su mansión, un sótano habitado por murciélagos donde podía pasarse semanas enteras. Una noche decidió convertirse en vengador. Como desconocía el nombre y el rostro del verdadero asesino de sus padres, resolvió enfrentarse a todos los malhechores de un jalón, para lo cual diseñó un batitraje con batiaccesorios y un auto poderoso (el Batimóvil). Luego, varias noches después, cuando se encontraba paseando con su incómodo batitraje por las góticas azoteas de Ciudad Gótica, descubrió a un gañán que trataba de violar a una joven y se estrenó como vengador. Tras un golpiza memorable, le perdonó la vida al sujeto para que hiciera correr la voz entre los suyos que había nacido el caballero nocturno: Batman.
Pero además de una génesis diferente y de una violencia más gráfica, la gran aportación del hombre murciélago fueron sus enemigos: psicópatas. La lista era encabezada por el Pingüino, Dos Caras y el aterrador Joker (el Guasón), quienes no tenían el objetivo de conquistar al mundo, sino de matar a tu vecino, a tu amigo o a tu mamá sólo porque una voz dentro de sus cabezas les ordenaban que debían hacerlo. Estos villanos son, de alguna forma, los padres de los más famosos asesinos de las cintas de terror.
A diferencia de décadas pasadas, los noventa no procrearían a más disfrazados virtuosos, sino a demonios vomitados del averno, que no hacían más que verter en papel la desesperanza de la apodada generación X. El primero de ellos fue creación de Todd McFarlane, antiguo dibujante de Spider-Man y cocreador de Venom, y respondía al nombre de Spawn. La popularidad de este personaje, publicado por Image Comics (un militar afroamericano muerto que, tras realizar un trato con Malebolgia para ver una vez más a su esposa, se convierte en un demonio), sorprendió, pues fue el primer superhéroe no perteneciente a DC ni a Marvel en alcanzar ventas significativas. El siguiente angelito llegaría de la pluma de Mike Mignola. Presentado en la Comic-Con de 1993 por Dark Horse, Hellboy aterrizó en nuestro plano existencial después de ser invocado por ocultistas nazis, quienes deseaban traer el infierno a la Tierra durante la Segunda Guerra Mundial. Pero para mala suerte de los alemanes, los aliados lo encontraron primero, educando al demonio como investigador paranormal.
Todos (hombres y mujeres) tenemos sueños imposibles, por llamarles de algún modo, o sueños recurrentes: todos queremos volar o tener mucha fuerza; otros quieren transportarse en el tiempo o bien ser invisibles. El que quiere volar pretende la libertad, el que anhela la fuerza quiere poder, el que espera controlar el tiempo quiere ser como un dios y el que desea la invisibilidad busca en realidad la verdad, según los psicoanalistas. En 1942, un hombre llamado Charles Moulton creó a una maravillosa mujer. Lo que hizo fue vestir a la protagonista de su sueño más húmedo con la bandera de Estados Unidos y bautizarla como Wonder Woman (la Mujer Maravilla). Ésta tenía entre sus aditamentos maravillosos nada menos que El Lazo de la Verdad, una soga mediante la cual la heroína, a la hora de atrapar malosos masculinos, los obligaba a confesar la verdad. Por eso ella era tan temida. Iba demasiado lejos: descubrir la verdad de un hombre es desenmascararlo, desnudarlo, dejarlo a la intemperie.
La Mujer Maravilla se convirtió en sus inicios, según sus apologistas, en una de las primeras luchadoras de los derechos humanos de la mujer. Toda niña quería ser Wonder Woman en un momento en que los roles, modelos o arquetipos sociales no existían para las mujeres, ya que el mundo estaba poblado de héroes, no de heroínas.
La Mujer Maravilla era una mamacita fuerte en una época en que a las mamacitas se les consideraba como “el sexo débil”. Su aparición previó el futuro desde las entrañas de una ballena llamada Sociedad Machista, Falocrática.
Escrito por Francisco Enríquez Muñoz
Nació en México en 1975. Estudió fotografía profesional y a partir de 1995 publica sus cuentos en revistas como “Crónicas y Leyendas de la Ciudad de México”, “Nostromo”, “La Opinión Universitaria” y “Lenguaraz”. En 1998 cursó varios talleres de creación literaria en el Museo del Chopo y de culturas prehispánicas en el Museo Nacional de Antropología. A finales de mismo año, junto con varios amigos, hizo el fanzine “Monstruos, Duendes y Hechiceros”, donde colaboró con textos, fotografías y como parte del equipo de diseño.
Ha recibido premios y menciones en diversos concursos, y dentro de sus publicaciones están "Los héroes ya no tienen lugar", Ed. Arcángel y "¡Clang!", Editorial Anankè.
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