Una idea no original │ Montserrat Costas, Santiago

Entró a la habitación con esa sonrisa algo torcida que lo caracterizaba, una mochila en la espalda, su ropa negra cubriéndole todo el cuerpo, su pelo largo y deslavado y mirándolo para saludarlo de una manera casi burlesca. Ricardo lo miró con cara de enfado, de cansado, sin saludarlo. Era ya el cuarto día ahí y José no parecía interesado en cambiar de estrategia.

—¿Cómo has estado? ¿Todo bien por acá?— preguntó José con clara ironía.

—¿Cómo debería estar?...¡Enfermo! Por qué no me dices qué mierda quieres de una vez… —Ricardo se alteraba con facilidad.

—¿No sabes lo que quiero? ¿No tienes ni una idea de lo que quiero? —mantenía la sonrisa y el buen humor.

Días atrás José había tenido algo que él consideró una epifanía, mientras escuchaba uno de esos tediosos sermones de Ricardo, un Lunes en la mañana. El odio por parte de sus compañeros hacia Ricardo era generalizado. La falta de respeto que le tenían, la rabia, las burlas, eran pan de cada día; "para eso están los jefes", diría cualquiera. Incluso sus suches, aunque cínicos, sabían lo incompetente que era. Pero, "nadie tuvo los huevos para actuar", pensó José en ese momento. Y el pensamiento siguiente fue: "Dios odia a los cobardes". Así fue como empezó su proyecto más ambicioso, aunque no original. Su proyecto de vida, como él mismo lo llamara.

—¿Cómo están tus muñecas? ¿Y tu garganta? ¿Te duele aún? —preguntó cortésmente José.

—Mis muñecas están aún quemadas y la garganta la tengo irritada…

—Ya habrás aprendido que esto no se solucionará por la fuerza, entonces, mi querido Ricardo.

—¿Qué mierda quieres, José? ¿Quieres plata? Mi familia dará todo lo que pidas por mí, pero, déjame ir. —Ricardo ya no sabía qué hacer.

—¿Plata? ¿Tu familia? ¿Por ti? ¡Vaya! Veo que esa autoestima aún no disminuye. Tanto ego en un hombrecillo tan pequeño; cuánta contradicción hay en el mundo.

José era ese tipo extraño del que nadie sabía demasiado. Con gustos nerds, como su afición por las historietas y los superhéroes, su falta de popularidad era tal que causaba una mezcla de risa y lástima entre sus pares. Los hombres se burlaban de él y las mujeres lo evitaban por miedo. Mitos sobre su sexualidad, sobre supuestos traumas de infancia, sobre parafilias y perversiones de todo tipo rondaban las inmediaciones del recinto. Él siempre se lo tomó con humor. De alguna u otra forma, le gustaba la atención que generaba.

—¿Han preguntado por mí? Seguro te están buscando, hijo de puta… — Ricardo no entendía lo que José quería conseguir, de lo contrario, habría actuado con más humildad desde un principio.

—Bueno, sí, notaron tu ausencia, pero, nada grave. El país no se ha detenido por ti, Ricardito.

—Espérate a que salga, te van a linchar como a un… —Impresionaba que aún pudiera hablar, con todo lo que había gritado los primeros días sin conseguir ser escuchado.

—¿Vas a salir? Ah, no sabía… Cambiando de tema, te traje un regalito. Mira, estos videos han sido grabados desde hace dos años atrás. Reconocerás a varios de los que ahí aparecen hablando mal de ti. De algunos no te acordarás, claro, pero, todos han trabajado aquí, bajo tu acéfalo mandato. – José le mostró videos en su notebook, donde aparecían varios colegas suyos hablando mal de Ricardo durante una celebración.

—Seguro les pagaste para que dijeran esas cosas. Ellos no serían capaces, no se atreverían… —Ricardo de verdad no podía creer que la gente pensara aquellas cosas de él; no podía concebirlo en su pequeño cerebro.

—Yo no le he pagado a nadie, Ricardo. Tú no entiendes, ¿cierto? —José empezaba a perder la paciencia, como todos los días durante su visita al ahora prisionero jefe.

—¿Qué no entiendo? ¿Qué eres un demente?

La sonrisa de José no podía torcerse más cuando le respondió:

—Ricardo, Ricardito, verás, estamos todos cansados de tus pretensiones. Lo que estoy haciendo contigo no es por mí, mucho menos es por ti. Yo tuve una visión similar a la de Moisés cuando separó las aguas para liberar a su pueblo. Las condiciones en las que nos tenías, como los egipcios a los judíos, eran inhumanas y, qué quieres que te diga, humildemente, esta vez yo fui el elegido.

Hubo un momento de silencio, mientras José calentaba algo de comida para Ricardo, en que éste último comenzó a sollozar. No entendía por qué, cómo alguien querría hacerle tanto daño. Sin embargo, no lograba sentir arrepentimiento. Ya sabía que eso era lo que esperaba José, pero, por más que lo intentaba, no podía. Seguía con la intención de convencerse de que lo rescatarían. Mas, cada cierto tiempo, como un veloz rayo que atravesaba sus sesos, pensaba en la remota posibilidad de que sería muerto a manos de José.


—¿Vas a matarme, José? – preguntó ansioso, entonces, Ricardo.

Se tardó unos minutos en responder José, mientras revolvía la insípida sopa que había traído para su jefe.

—No terminas de comprenderlo del todo, ¿eh? Que curioso pensar que lo que tú considerabas que eran divertidas bromas era lo que yo más odiaba. Bueno, siempre está ese detalle… Acá nos dedicamos a hacer proyectos, ¿no? Tú lo sabes, tú nos haces trabajar en ellos para vivir mal. Pues, bien, éste es un proyecto que planeo hace un par de meses ya y todo ha sido meticulosamente calculado. Debes entender que en mi proyecto no está contemplado matarte, sino, liberarte a ti y a los míos. Mi proyecto no busca liberarte tan fácil, sino, cobrarte lo que debes. Mi proyecto no es exonerarte de tus responsabilidades, sino, enseñarte a cumplirlas. Por cada persona como tú, hay alguien como yo, mi pequeño Ricardo, alguien como yo que se ve en la obligación de hacer el trabajo que sólo podrían cumplir los dioses. Pero yo… Yo soy sólo un hombre. Y Dios odia a los cobardes.


Montserrat Costas es estudiante de Arquitectura de la Universidad de Santiago. Tiene 22 años y disfruta más cuando escribe las historias que imagina en clases.


Comentarios

Luis dijo…
Inquietante el tedio que mata

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