El Pecado Original (Nacimiento de un País) | Jaime Caballero, Colombia

Para Alirio Cobos, hundir con violencia la hoja puntiaguda y filosa de su machete hasta sentir la cacha naranja de pasta chocar, atrapada entre el costillar de  su padre, fue la resolución mas sensata y justa a la que pudo optar por sus ofensas. El blusón rasgado de Anita, unido por dos miserables botones que dejaban expuesta la firmeza de sus senos níveos sobre el pastizal húmedo, sirvió para que Alirio Cobos respirase hondamente, robando del rumor del viento helado nocturno un poco de serenidad que le permitiese no atar los cabos grotescos de esa culpa que nos hace vulnerables a todos los que por primera vez, hemos de traicionar los lazos inviolables de la sangre. El cuerpo desgonzado de don Evelio Cobos, que negando a dejarse arrastrar por el empacho de la muerte escupía bocanadas similares a los de un pajarillo que regurgita esputos sanguinolentos; se reflejaba en los ojitos tristes y desorientados de la cabeza de Anita Contreras, que dormía sobre la base de un Aguacate altísimo, y que proyectaba en verano una sombra tan amplia y confortable bajo la cual la familia Cobos se reunía a beber guarapo y a asar novilla hasta quedar hastiados.
Ana-Cronía. Patricio Bruna Poblete. 2006, Acuarela, 42,5 x 34,6cm. Gentileza: Grupo Casa Azul


Lánguidamente se oía el crepitar frenético de la hacienda que expelía desde su garganta de aguardiente burdo un velo de humo blanco, denso y asfixiante, que se alzaba por encima de los cafetales, de los guayabos y los naranjos, envolviendo el rumor del monte en un halo difuso; la humareda se coló entre rendijas de hojas verdes, ramas corpulentas, arbustos maduros y cuerpos ensangrentados, atragantándole en sofocos y carraspeos  las briznas exiguas de esperanza a don Evelio Cobos. Mientras, el fuego implacable que parecía querer devorarse el mundo trituraba entre sus mandíbulas el vestido blanco de veinte pesos comprado en la capital, para el matrimonio de Anita Contreras y Alirio Cobos después de las elecciones.
Un olor a café chamuscado se derramó por el campo. Algunos panfletos medio quemados, de reflejos añiles y escarlatas violentos, planeaban de lado a lado sin voluntad, avivando el fuego por entre los matorrales, expandiéndolo. Alirio Cobos, con ternura mustia, recogió del piso húmedo la cabeza liviana de su prometida, tiznada de barro y enmarañada de hojarasca, le acarició la frente discretamente quitándole  del marco de su rostro helado una que otra hormiga neurótica, que sin destino corría inquieta sobre el mohín exánime y extraviado de Anita Contreras. La descargó luego con delicadeza junto al cuerpo que revelaba entre sus piernas signos de violencia. Finalmente con lágrimas embarradas en los ojos se persignó con la fe del que cree por última vez y le cerró los ojos.  Echó una mirada a su padre que no intentaba ya ningún movimiento y recordó: “Mijo, la ralea de los Cachiporros es un mal del que me voy a encargar. No tienen perdón de Dios. Yo mismito, con mis manos voy a enderezar éste país”. Alirio Cobos se acercó al cuerpo de su padre que arropado en sangre -con esa sábana espesa y ardiente de la sangre de su sangre y la dignidad arrebatada de Anita Contreras- yacía entre las uñas felinas y atroces de un limonero. El asco le vino entre arcadas profundas. El mareo de la culpa le removió los escombros de la memoria: Alirio Cobos  comprendió que el amor por su padre no valía la vida de su esposa, supo que había sido un error haberle confesarle que la que sería su mujer, militaba entre la oposición a los Godos, el partido del cual hacía parte Don Evelio. El hedor del vomito agrio se endulzó con el acerbo del humo espeso, cegando a Alirio Cobos, que se desparramó junto a sus parientes adormecidos,  como si le hubieran robado el alma.
El fuego fue creciendo y se hizo enorme, y terminó por tragarse la hacienda, los cafetales y los guayabos, los naranjos, los aguacates, las hojas y las ramas, los arbustos y los cuerpos ensangrentados; devoró entre sus fauces puercas y famélicas a Evelio y Alirio Cobos, a Anita Contreras y su vestido blanco; engulló al campo y sus pastizales, a los días amables de verano; el fuego se precipitó y llegó hasta la capital y la desgarró; no le bastó y se apropió de cada ciudad, de cada pueblo, de cada caserío; el fuego solito, con sus propias manos, se apoderó de los habitantes y de sus tierras, de sus espíritus y sus razones, y los hizo arder; y fue así como desapareció un país. Fue así como nació un país. A partir del pecado original.


Jaime Caballero, 27 años. Es Colombiano,  nacido en la ciudad de Bucaramanga. Tiene estudios en Diseño Gráfico y Filosofía. Ha publicado varios relatos en el Magazin del Diario El Espectador de la ciudad de Bogotá, así como en la edición impresa. Actualmente trabaja en su primera colección de cuentos y microrelatos llamada: "El sorbedor de lenguajes" que será publicada a finales de este año. Además se encuentra trabajando sobre una novela política con tintes satíricos.

Comentarios

lindo blog, amigos, ameno e interesante el relato de este autor colombiano, y el autor de la pintura fue amigo mío de la adolescencia.

Me encantaría que pusieran mi blog,ya que el que está allí se me borró alguna vez al eliminar un correo, que hasta esa fecha no sabía que se borraba el blog también.

Un abrazo desde Valdivia,

ana rosa


http://negrachucara.blogspot.com


gracias
Unknown dijo…
Qué bien esta red de intercambio cultural, nosotros agradecemos como grupo la incorporación de la Gáfrica de nuestro pintor y poeta Patricio Bruna.
Estamos muy contentos de llevar adelante un trabajo colaborativo.
Abrazos
Karina
www.grupocasaazul.blogspot.com
Anónimo dijo…
Jaime sencillamente espectacular como todos los escritos que he leído de ti...Me encanta tu literatura, un abrazo nany

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