La palabra nunca | Krishnamurti Góes dos Anjos


Allí está un hombre simple sentado dentro de un templo. Ha elegido un asiento en la larga hilera de bancos, en la altura del nicho que alberga la imagen de San Pedro.
Con las manos juntas, parece recitar una oración. La cabeza hacia abajo, mueve sus labios orando firme, con fe.
Sin embargo, con el paso del tiempo, los labios tornan el murmullo tibio, después frío y finalmente casi dejando de existir. La cabeza, brevemente, queda inclinada del abandono de una somnolencia furtiva, hasta que una extraña oscilación de ideas lo despierta. Él suspira fuerte llenando el pecho y se esfuerza para que vuelva a él la letra de la oración: “Hágase tu voluntad…” Pero, como una turbina que gira alrededor de un eje, cierto tipo de ideas le oscurece el cerebro. ¡Ideas alimentadas!
“¿Cuál habría sido finalmente, el sentido exacto de aquellas palabras del desvergonzado Palhares? Después de obligarme a dispensar Amadeu de los servicios que él hizo para mí con la limpieza y el cultivo de la huerta, llega con esas ideas de posibles reformas.¡De expansiones, de actualizaciones, de gestión administrativa! Esto es una locura. Esto es surrealista. ¿Cómo puede? Y Amadeu, ¿Cómo va a quedarse? ¿Para donde se ha ido? ¿Cómo puede un hombre sin un brazo sostenerse? Y pensar que él vino aquí por las manos de la comisión pastoral de los sin tierra, cuando hubo la recuperación de posesión de aquella finca allanada… Y después que todo el país vio por el televisor, en vivo y en colores, aquellos gritos, incursiones, desmayos, cárceles y a la escena brutal de él tendido en el suelo, con el brazo ametrallado, y la pobre mujer, al lado, con las manos en la cabeza a gritar desesperada, a llorar”.
Las manos del hombre ahora están inquietas, las pupilas brillantes, un desasosiego de cuerpo.
“En la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día. ¿Dónde Amadeu va a obtener el pan? Palhares con aquél argumento que la diócesis tiene intención de vender parte de las tierras de la iglesia y que, con ese dinero, tal vez construya una nueva iglesia. El problema reside precisamente ahí. Tal vez. Lo que me angustia es esa sugerencia de que me vaya temporalmente para el retiro espiritual. -Es para su bien - dijo él. Para mi propio bien... Para mi propio bien cosa ninguna! No me gustó. ¿Qué voy a hacer allá en el retiro espiritual? Mi casa es esa. Es acá. Siempre fue. Hace sesenta años que soy el sacerdote de esta parroquia. ¡Dios Mío! Necesito concentrarme en la oración. No puedo entregarme ahora a esos pensamientos. Señor nos conceda... Pero yo... ¡No es posible!”
Una expresión de angustia apareció en sus ojos.
“Tanto que me he entregado... Hoy estoy tan inquieto. Una cosa dentro de mí, después de la conversación con el Monseñor Palhares, está agitándome, como si estuviera dándome una advertencia. Y yo no tengo sosiego, ese tema va y viene en mi cabeza”.
Volvió a inmovilizarse, aéreo, pensativo.
“Y decir que Palhares ha sido mi contemporáneo de seminario…Yo nunca confié en él, nunca fui con ese tipo pelotillero. En mucho menos tiempo que cabría esperar, fue, de clérigo a sacerdote, y ahora, ¡obispo!” No tiene en cuenta tantos años que nos conocimos. Se ha olvidado cuando yo llegué acá esto era una gran corral, que le ayudé a construir esta iglesia con mis propias manos. Es verdad. Yo era un joven idealista y en este sitio, en aquella ocasión, me sentía como se fuera San Pedro a escuchar las palabras del Maestro en Mateo, Cap. 16, vers. 18: ‘También te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra construiréis mi congregación, y las puertas del Hades no la ganarán…’ Por ahora, al final de mi vida, ¿venir la patada que manda por el aire tanto tiempo? ¿Todo olvidado así?”
Después de nuevo suspiro, bajó un poco la cabeza grisácea.
“Graciosa la memoria del pueblo. Hay unas cosas que yo me acuerdo como si estuviera viendo ahora, otras no…Lo que se ha quedado por detrás, hoy continuo viendo claramente el momento en que entré en el seminario. Veo el hermano Elpidio con aquel vozarrón para advertirnos acerca del dedo vengador de Dios con aquellas locas concepciones de calderones, pinchos y tenedores del infierno. Todo para incitarnos a ocuparnos con el pudor y el recato. Y pensar que, años después, él mismo fue tranquilamente apartado de la iglesia, por la práctica pura y simple de la pederastia”.
Una chispa de risa nació en los labios del sacerdote anciano.
“¡Oh Padre, que pensamientos!... Perdón Señor... Y perdona, Padre, nuestras ofensas…”
Manos cruzadas en el vientre. Los pulgares tocándose nerviosamente, hasta que los ojos observan las piedras del suelo.
“Así como nosotros perdonamos a los nuestros deudores. ¿Lo que es esa pista acá? Dios mío ¿serán termitas? No. Son hormigas. Aquellos insectos indiferentes, siempre presentes en todo, a caminar en esta línea, en este va y viene ordenado. Sólo quería saber lo que esas bandidas vienen pellizcar acá. ¡Ih! Parece que una de ellas se ha perdido de la marcha, se desorientó y viene para este lado. ¿Será que ella alcanzará mis pies? ¡Hum! No, no, ella tan desorientada, debe estar llevando las patitas a la cabeza, como una persona loca. Como la mujer de Amadeu en el televisor. No las hormigas solamente aprendieron la dulce inocencia de subsistencia. Nunca han experimentado el odio que siempre ha sido hecho o perdonarnos unos a otros de las religiones humanas… Hum… Y nunca nos deje caer en nuevas tentaciones, Señor… Nunca conocieron que es un obispo”.
Recogió los pies calzados con viejas sandalias de cuero y los cruzó bajo del asiento.
“Es cierto que Palhares no habló explícitamente en vender la capilla. Pero hoy cuando todo se vende... Todo! ¿Y aquél sacerdote español con la mirada de inquisidor, que estaba junto a Palhares? ¡Dios Santo!”
Las venas del cuello se han mostrado prominentes, las arrugas de su cara arrugada.
“Y líbranos de todo mal... Y todo ocurriendo para hervir mi juicio... Son los sin-tierra que viven a batir en mis puertas. Son los sin-hogar, son los sin empleo. Es la pastoral penitenciaria de los excluidos de todo. Son los marihuaneros y los traficantes que matan unos a otros. Esa sucesión de tragedias sin parar, sin nexo, sin sentido. Esa libre asociación de la violencia en el imperio está ocurriendo. Quiera Dios que yo tenga nervios para soportar esa locura… ¿Dónde fue que yo estaba? Si. Pero líbranos de todo mal, Señor. Y Palhares. Ah, Palhares...”.
Trajo el cuerpo para el borde del asiento y miró hacia arriba.
“El Señor tiene que ayudarme para que esa venta no se concretice. ¿Cómo puede? ¿Dónde hemos visto sacerdote sin iglesia, sin hogar, sin tierra ? El Vaticano. El Papa no ve eso verdad? Ave María llena de gracia, el Señor es con ustedes. Oh! No era esa oración, es el Padre Nuestro. ¿Qué será de mi?”
Se puso en pie. Con el bramido de las manos parecía llamar Dios a la razón.
“Ya no es suficiente Padre, ¿la brutal expulsión de los fieles? Ni los antiguos han venido más. Señor... solamente yo... Sin nadie para ayudar en las misas, en los trabajos que exigen asistencia, y por otra parte tener que limpiar todo y cuidar de la huerta”.
Volvió a sentarse inquieto.
“Sólo yo sé dentro de mí como está mi corazón. Muchos años sirviendo a la iglesia. ¡De la iglesia, no! En primer lugar, como siervo del Señor, cumpliendo, honrando en la castidad el compromiso que asumí. Aquí, ahora, sólo, sin tener a nadie que me de la mano a la hora de mi muerte. A punto de convertirse en un viejo abandonado en la Santa Casa, siendo atendidos por las Hermanas de la Caridad. Las hermanas.... Yo que nunca me casé. Y Marina. ¿Donde será que está Marina? Aquella perdición. ¿Será que sigue viviendo? ¿O no? ¡Ah! Mi voluntad es aún llorar...”
Haz esfuerzo para detener las lágrimas que crecen en sus ojos y, ciertamente –a juzgar por la mirada suplicante que puso en marcha-, percibe en el altar mayor la imagen del Cristo de marfil, con los brazos clavados en la cruz de palo de rosa, deformada y refractada por las lágrimas.
“Lo que me vale es que el Señor Dios mío siempre me enseñó el camino de la paciencia. Si no fuera eso, no sé lo que sería de mí. Paciencia y resignación”.
Dio a la cara una expresión más abierta, conforme; o mejor: una expresión obediente.
“Seguir los designios de la Providencia...Es triste no tener con quien hablar, no poder ser escuchado en este mundo deshilvanado y brutal. Qué ironía, tanta tecnología y la humanidad como un hormiguero desbaratado… El mundo ha cambiado mucho… Cambió demás… Dios mío, que horror…”
Se levantó, hizo la señal de la cruz, estiró los brazos y dejó escapar un largo suspiro de resignación depresivo. Ahora mismo, rompiendo el silencio sin habla posible, una pareja de palomas alzó el vuelo desde la torre del campanario, hacia el cielo azul inalcanzable.





Krishnamurti Góes dos Anjos. (1960) Nació en Bahia, Brasil. Sus libros publicados son: El Crimen de la Nueva Vía (Novela, 1999), Gato del Techo (Cuentos, 2000), Un Nuevo Siglo (Cuentos, 2002) y Embrague Intelecto y otros cuentos (2005). Trabaja como Responsable por los Programas de Planificación en la la Industria de la Construcción en Panamá.

Comentarios

Nicolás Muñoz dijo…
Hola puñales, un abrazo desde la desdicha!

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