El ojo del otro | Elizabeth Cárdenas

Mariana se despertó en mitad de la noche. Durante el sueño cargado de imágenes, algo apareció. Aquello le hizo abrir los ojos. Agudizó el oído unos segundos y luego observó su cuerpo al que encontró en una postura forzada. Se reacomodó, respiró hondo e intentó dormirse otra vez, sin lograrlo. Fue el cansancio quien ganó la partida, dejando que las ideas fueran en todas direcciones y crearan nuevos sueños aún más extraños que los anteriores.

Pero ese algo que despertó a Mariana no fue borrado totalmente de su conciencia, tan sólo filtrado apenas unos segundos antes de despertar. Vino entonces el día, con su actividad frenética, a cubrirlo todo. El mundo siguió su curso natural y mientras Obama recibía el Premio Nobel y algunos lo cuestionaban, Mariana estaba metida en el baño de su lugar de trabajo.

Cepillaba sus dientes contando desde uno hasta cien, reiniciando cada vez que perdía la cuenta. Fue allí cuando sucedió, cuando miraba su rostro en el espejo. En un principio no supo bien qué era lo que pasaba, pero luego un flujo repentino de sangre llegó a su cerebro y lo vio. En su ojo derecho algo no estaba bien. Ese pequeño diseño, ese ojo que había sido heredado quizás de su madre, ya no estaba. Lo que allí había ahora y ocupaba ese espacio, no le pertenecía.

Se quedó entonces allí, dejando que el agua corriera. Se lavó la cara pensando que no era tan fácil decir “Este ojo no es mío”, que una afirmación de ese tipo puede arrancar risas o qués innecesarios. Hasta uno mismo puede sospechar que se ha perdido la cordura.

Cuando pudo recuperar algo de calma, salió del baño caminando despacio, portando ese ojo ajeno, creyendo que todo se debía al exceso de café y que era mejor marcharse a casa a descansar.
No es fácil irse a dormir, se decía, sobretodo ahora que tengo este nuevo ojo –como decidió llamarle-. Mariana y su nuevo ojo, se tendieron sobre la cama para atraer al sueño lentamente. Esta vez ningún velo cayó sobre ellos para hacerles olvidar su nueva situación, sino que agotados, sólo pudieron quedarse dormidos a las tres de la mañana.

Un minuto más tarde, el viento dejó de soplar en el exterior y el silencio fue interrumpido por un ay de profundo dolor que emergió de las cuerdas vocales de Mariana. Su mano derecha voló a cubrir el nuevo ojo, su cuerpo se dobló para sentarse en la cama. Una puñalada clavó en lo profundo de ese ojo como si quisiera estallar. Ella pensó “quisiera” porque sentía que ese ojo ya tenía conciencia propia.

Luego el dolor se desvaneció. Aliviada se tendió de espaldas mirando el techo perdiéndose en la profunda oscuridad que la absorbía. Giró su cuerpo hacia la derecha, sobre el costado, se cubrió bien con la frazada y volvió a dormir.

Muchos días volvió a despertar un minuto después de las tres. A veces se quedaba pensando cosas triviales como que al otro lado del mundo ya era de día o que la oscuridad tiene distintos tonos de oscuridad. Incluso si cerraba los ojos podía ver la forma de objetos que había visto camino a casa. Luego ya no pensaba tan claramente, sólo imaginaba cosas y saltaba de una idea a otra sin parar. Hasta que una noche, el silencio fue interrumpido por una voz rasposa, que era ajena a su propia voz. La voz dijo “Ven” y ella dio un salto de pavor en su cama y se quedó muy quieta hasta que se hizo de mañana.

-Te lo digo como amigo –le dijo su jefe al día siguiente- ¿hay algo que te esté pasando que afecte a tu performance? Será confidencial, no te preocupes.
-No, no me preocupo –contestó Mariana y el nuevo ojo comenzó a temblar descontroladamente
-¿Es a causa de la pega? -le dijo el hombre mirándole el nuevo ojo.
-No, es que no me he sentido bien, no sé por qué –y el dolor que días atrás le clavó en lo profundo del ojo ahora se hundía en su mejilla derecha. Su mano derecha cubrió su cara y doblada de dolor trató de modular algo que su jefe pudiera entender. El hombre sólo atinó a acercarse a ella y descubrirle el rostro preguntándole qué sucedía.
-Mi cara. Me duele. –Aulló Mariana y se puso de pie diciendo que iba al baño.

Abrió la puerta y encendió la luz. Abrió la llave del agua que escurría fría por el lavamanos hacia el desagüe. Puso la cara bajo el chorro tratando de aliviar la fiebre repentina. Pero pronto, como sucedió la primera vez, el dolor desapareció. Mantuvo la vista hacia el desagüe, sabía que esta vez no había sido un aviso. Otra vez vino el dolor que se agudizó haciendo que un pitido sonara en sus oídos.

Trato de respirar hondo. Pensó que ya no podía negarlo más. Temblando y mientras su cuerpo se debatía con el dolor, se miró al espejo con temor, anhelando que no estuviera sucediendo. Pero allí encontró que la mitad de su cara ya no le pertenecía. Parecía ser la mitad de otro rostro. El ojo derecho la miraba inquisitivo, mientras el izquierdo temblaba de miedo en la pupila.
Es hora, pensó parte de ella y otro enorme dolor la tiró finalmente al piso. Esta vez todo su cuerpo tembló y se retorció descontrolado. Alguien golpeó la puerta tímidamente preguntando si estaba bien, pero no tuvo fuerzas para responder.

Sosteniéndose en los muebles se puso de pie y buscó el espejo con desesperación. Se limpió los ojos llorosos y enfocó. Quien se miraba no era Mariana, nada en ese rostro tenía un leve vestigio de ella, otro rostro distinto, el rostro de un hombre, miraba superando los estertores. El cuerpo seguía siendo el cuerpo de Mariana pero su cabeza era la de otro.

Con movimientos certeros el nuevo rostro tocó su nuevo cuerpo e hizo una mueca de insatisfacción. Tomó un trozo de papel con el cual secó su cara y sus nuevas manos. Reacomodó un poco su ropa y puso la mano en la perilla de la puerta.

-Estoy bien, estoy bien, dijo. Y caminó imitando los movimientos femeninos de Mariana.
-Vete a casa mejor, le dijo su jefe, te quiero renovada en la mañana.
-No hay problema –respondió esbozando una sonrisa.
Torpemente llegó hasta su escritorio y buscó entre sus papeles y documentos pistas para saber en dónde vivía Mariana y cómo podía llegar hasta allí. En una agenda vieja encontró una hoja que decía “Sólo emergencia: cuando despiertes y veas que todo esté diferente, busca esta dirección.”. Arrancó la hoja y se metió el papel en el bolsillo del pantalón y salió por la puerta ancha de aquel edificio.

Afuera el sol brillaba demasiado. Sus brazos y piernas se calentaron ante este breve contacto y comenzó a caminar mirando al cielo, sintiendo que estaba libre, después de mucho mucho tiempo. FIN

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