“De Cierto Florido” de José Tomás Labarthe C. | Por Alen Pinar

Curicó, a caballo de la poesía.

Curicó, Kuri ko, puede ser traducido del mapudungún como “Agua Negra”. Agua negra por lo profundo, y por el sedimento mineral. También por las lágrimas y por el cuerpo de los humanos, tan hecho de agua, tan de esponja que absorbe y luego bota el líquido cuando lo aprieta la pena, la alegría o la actividad presurosa.
Los textos de José Tomás Labarthe tienen el alma en las montañas y en la piel de los arrieros, pero se visten de ciudad; se urbanizan y se van ordenando de acuerdo al viejo rito de la poesía chilena. Desde Pezoa Véliz hasta Parra: la poesía chilena siempre ha sido escrita por la provincia que se allega a la ciudad, y en estos recovecos laberínticos de la pseudo-urbe encuentra la extravagancia burguesa que le posibilita la luz para hacerse pública.
Pero a eso, agreguémosle todos los inventos técnico-artísticos y la mirada de un posmoderno Heidegger hermanado con un actual Walter Benjamin, para decir que Labarthe (Laboratorio de arte), también es hijo de las nuevas tecnologías y los trucos de la vanguardia moderna y posmoderna.
Y así y todo es un melancólico. Como no, si es chileno y como chileno pueta pa’ colmo.
Naturalmente el cabro (veinticuatro años), le hace a la antipoesía; mama de esas vides y se vuela con Maqueira y Martínez (Nueva Novela), pero básicamente es hijo del sentimiento doble de este Chile siglo XXI tan perro herido y al mismo tiempo perro ladrador y triunfalista.
José Tomás ha pensado, filosofado, hueveado, poetizado en estas páginas, sin demasiadas reglas, osadamente, pues es lo que Tito Escárate (músico y poeta) ha denominado un viejoven: curiosa especie que comienza a primar en nuestro débil entablado artístico nacional.
Lo que lo distingue es lo que no se distingue: la mezcla total y absoluta de profundidad y superficialidad que se van superponiendo, como en la vida misma, ante los avisos que le envían al corazón los sentidos. En el caso del autor, sentidos hiperdespiertos y al mismo tiempo alucinados.
Hay en sus paisajes poéticos, paseos de dinosaurios, viajes en avión, apariciones de cultura pop y miradas, incluso, al pasado clásico grecorromano e indio: olivos y celofanes, madera y plástico, papiros y chateos. Es posible encontrar subtextos de autoayuda, referencias a noticias de última hora de equipos de fútbol populares, citas a pasajes de la biblia y el código civil, juegos con el spanglish, el spaghetti western y el criollismo decimonónico: es leer a Labarthe, como si intruseáramos en la habitación de un estudiante de filosofía de la Sorbonne del 68’, mezclada con la de un estudiante de periodismo chileno del 09’…
Para terminar, hay también un misterio fabuloso. Uno de esos misterios al que está entregado cualquier buen lector de poesía, valiente por añadidura… y…hay más de una entrada a ese misterio, que como toda entrada, tiene algo de sangrante herida de mártir que se puede trocar en repentina boca abierta de payaso carcajeante.
“De cierto…”, de cierto os digo, que hay mucho de vida, de otras vidas y de esta vida, reflejadas en el florido jardín de raras especies poéticas que se cultivan en esta pequeña parcela de pasto y barro, que es la mancha en el pantalón de un niño que jugaba feliz en la Tierra, sin darle pelota al mundo, hasta que el verde se oscureció y comenzaron las preguntas y respuestas que se comparten y compadecen con el lector.

Escrito por Alen Pinar
Profesor de Estética de la Universidad Diego Portales, y escritor

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